domingo, 31 de maio de 2015

7 pecados capitales del artista marcial

7 pecados capitales del artista marcial

Las personas no somos perfectas. A veces equivocamos el rumbo o nos damos cuenta de que estábamos en un error al defender ciertas ideas. Nadie está a salvo de desviarse del camino, nosotros los artistas marciales tampoco. De hecho, hemos identificado algunos errores importante que son tal vez recurrentes en el mundo de las artes marciales, 7 pecados capitales que seguro que has visto cometer a algún compañero o en los que probablemente habrás incurrido tú mismo. Esperamos que al menos puedan propiciar una reflexión constructiva.
1. Dar más importancia al grado que al conocimiento
Los grados tienen su lugar. En un principio regulan el progreso del practicante y deben ser indicativos de su nivel de ejecución y de conocimiento. Además pueden ser muy útiles en el proceso de aprendizaje. No obstante, dependen entre otros factores del tiempo de práctica, de la exigencia de los maestros o las instituciones que los otorgan, de  los requisitos y pruebas para su obtención, etc… En muchos casos podemos encontrar practicantes y maestros con grados bajos pero alto nivel de ejecución y amplios conocimientos, y al contrario, a veces vemos maestros con muchos danes o grados muy elevados que tal vez no se corresponden con su auténtico nivel. Debemos practicar para aprender y mejorar y como consecuencia de este aprendizaje y esta mejora obtendremos el grado que nos corresponda, en lugar de prepararnos para pasar pruebas muy concretas cuyo resultado tal vez no sea indicativo de nuestro nivel real. Aspirar al grado y no al conocimiento puede ser un intento de aparentar más de lo que se es, antes los demás e incluso ante uno mismo. Sin embargo no debemos olvidar que, a pesar del color o las “muescas” que tenga nuestro cinturón, el tatami… el tatami siempre nos pondrá en nuestro sitio.
2. Pensar que ya se sabe lo suficiente
Cuando las personas llevamos mucho tiempo dedicadas a una actividad y aprendemos a hacerla bien, tendemos a pensar que ya no necesitamos aprender más. Esta sensación es bastante normal y se debe a dos motivos fundamentalmente: cuanto más sabemos más difícil es encontrar algo nuevo que aprender y cuanto más tiempo llevamos practicando más cómodos nos sentimos en nuestra propia forma de hacer las cosas. A estos dos factores podemos añadir que “rebajarse” a reconocer que hay cosas que no hacemos bien es un duro golpe para nuestro ego. Los artistas marciales no somos una excepción, pero nuestro camino es tan largo que no podemos dejar de caminar. Es necesario para ello encontrar nuevas vías de aprendizaje, hacer el esfuerzo por salir de nuestras vicios y costumbres y, sobre todo, vencer al propio ego para que no sea un obstáculo en nuestro progreso. Un maestro de karate que habitualmente emplea muy acertadamente las palabras decía “no existen los maestros, sino alumnos con más o menos tiempo de práctica”.
3. Denostar y despreciar lo que hacen otros
Confiar en nuestra práctica, en nuestro maestro y en nuestro arte marcial es muy importante. En las artes marciales es muy habitual criticar despectivamente a otros practicantes o sistemas, creo que como medio para reafirmarnos nosotros mismos. Pero precisamente porque confiamos en lo que hacemos no deberíamos temer compararlo con lo que hacen otros. Como resultado de esta comparación podemos encontrarnos con dos resultados. El primero, que nos reafirmemos en nuestra práctica, lo cual es positivo. El segundo, que nos demos cuenta de que nos equivocamos o de que hay un enfoque mejor que el nuestro, con lo cual tenemos la ocasión de mejorar, lo cual es igualmente positivo. Es decir, de la comparación y la puesta en común siempre salimos ganando. Además, y hablo ahora desde mi experiencia personal, a veces practicar otros estilos o artes marciales nos sirve para progresar en el nuestro. Y no me refiero al “corta-pega” que lamentablemente está de moda, sino a que una técnica o un concepto propio de una práctica diferente a la que realizamos habitualmente puede hacer que de pronto se nos encienda una bombilla y veamos con claridad algo que antes no llegábamos a comprender. Todo maestro, todo arte marcial, tiene aspectos dignos de analizar y que pueden enriquecernos como artistas marciales. Despreciarlos es perder oportunidades de avanzar, de mejorar y de aprender.
4. Confundir arte marcial y deporte
Un arte marcial no es un deporte. Es discutible si debe o puede existir una faceta deportiva en las artes marciales, si se puede o es conveniente competir en un arte marcial determinado, competición generalmente además destinada a los más jóvenes. Pero en todo caso el ámbito deportivo sería únicamente una pequeña parte de todo lo que constituye un arte marcial. Limitar la práctica de artes marciales a un deporte es simplificarlas de tal modo que probablemente debamos considerar al practicante deportista y no artista marcial. Además la competición tiene fecha de caducidad: la falta de motivación por ganar, las lesiones, el declive físico… hacen que llegue un punto en el que el competidor ya no puede o no quiere competir, y si no hay nada más, a veces ahí termina la práctica. Las artes marciales nos ofrecen diversos aspectos que debemos conocer y practicar (y los maestros fomentar y enseñar). Tal vez uno de ellos pueda ser el deportivo, pero para un artista marcial es un gran error dedicarse exclusivamente a la competición.

5. Creer que estamos preparados para defendernos por practicar un arte marcial
La eficacia de las artes marciales en su contexto está más que probada. En sus orígenes eran claves para la supervivencia y se refinaron desechando todo aquello que no fuese útil. Pero a lo largo del tiempo han ido progresivamente cambiado, y las que practicamos hoy no son las de antaño. Y no sólo a nivel técnico, sino que la forma de vida del practicante, los métodos de entrenamiento, etc… son ahora también totalmente diferentes. Por último, probablemente lo que más ha cambiado ha sido el contexto. En la actualidad la frecuencia y el tipo de agresión que podemos sufrir es completamente distinto al que podría producirse, por ejemplo, en la edad media. Y ni que decir tiene que en otros tiempos los artistas marciales tomaban parte en combates y batallas a vida o muerte que se libraban cuerpo a cuerpo. La práctica en el dojo difícilmente puede salvar estas diferencias y los practicantes de hoy en día poco o nada tenemos que ver con los que forjaron los sistemas de combate más antiguos. Eso sí, si hemos practicado artes marciales seguramente estaremos más preparados para minimizar los daños ante una agresión que si no lo hubiéramos hecho, pero lo más efectivo para defenderse en la calle es practicar directamente en la calle,  en las condiciones de estrés que se dan en la calle, con contacto real y sin limitaciones como en la calle… es muy complicado recrear todo esto y generalmente no es el objeto de las artes marciales, y aún así ¿alguien está realmente preparado para defenderse con garantías de una agresión?
6. Buscar más la estética que la funcionalidad
La técnica es un aspecto fundamental de la práctica y en los primeros años (y luego también) se dedica mucho tiempo a aprenderla, mejorarla y pulirla. Pero a veces se confunde la técnica con la estética. El objetivo de la técnica no debe ser la belleza sino la funcionalidad. Un grandísimo maestro dice que “el karate es cochino“. Se refiere a que una pelea difícilmente sea limpia, y que desde luego no es bonita. La danza, por ejemplo, sí tiene como fin esa belleza estética y resultar agradable a la vista, pero la técnica de las artes marciales tiene otro propósito. Podemos hacer un bizcocho con sal en lugar de azucar, sacarlo del horno antes de que suba la masa y cubrirlo de chocolate y gominolas para darle un aspecto apetitoso. Y podemos hacer también otro bizcocho con azúcar y hornearlo hasta que la masa esté dorada y esponjosa, y servirlo sin ningún aditivo. ¿Qué bizcocho preferiría usted? Es cierto que una técnica bien ejecutada puede tiene cierto valor estético. Sin embargo no todas las técnicas con valor estético están bien realizadas. A veces los artistas marciales nos preocupamos por el “aspecto” de nuestras técnicas cuando en realidad debería interesarnos más si verdaderamente funcionan.
7. Ensalzar los valores de las artes marciales, pero no cumplirlos
Las artes marciales ensalzan valores como el respeto, la cortesía, la humildad, la no violencia… Pero cabría preguntarse ¿aplicamos todo esto a nuestra vida o solamente hablamos sobre ello? ¿Cuántas veces decimos que es fundamental el respeto pero no respetamos a un compañero?¿cuántas veces hablamos de humildad pero creemos ser mejores que los demás? ¿cuántas veces defendemos la no violencia y sin embargo nuestra actitud nos pierde? Los artistas marciales somos personas. Sinceras, rencorosas, simpáticas, mezquinas, egocéntricas, solidarias… o todo a la vez. Sin embargo la misma capacidad de esfuerzo que nos hace sudar hasta el agotamiento, la misma fuerza de voluntad que nos permite repetir una vez más, el mismo afán de superación que nos impulsa a intentarlo una y otra vez hasta lograrlo… deberían ayudarnos a pensar más en el otro, a darnos cuenta de que nos queda mucho por recorrer, a calmarnos cuando nos hierve la sangre y a buscar soluciones en lugar de agravios. No somos ni seremos perfectos, pero la voluntad de serlo no debe limitarse a nuestras palabras, sino que debe gobernar nuestros actos y nuestras vidas día a día. Éste es el camino que hemos elegido. Éste, compañero, es nuestro camino.

Juan Antonio García Ruiz

terça-feira, 5 de maio de 2015

Master or Disaster: The Art of Living between Mind and No-mind


“A genuine spiritual path does not avoid difficulties or mistakes but leads us to 

the art of making mistakes wakefully, bringing them to the transformative 

power of our heart.” –Jack Kornfield Your ego is an instrument, a tool, the 

primitive leveraging mechanism of the self. Some would even say it is the self. 

It is there to balance (master) or dissociate (disaster) our unique energy with 

the primordial energy of the cosmos. It is forever in the throes of connection 

and disconnection, of attachment and detachment, torn between finitude and 

infinity. When the ego is being used to dissociate, its energy is codependent 

and it is torn between bemoaning the past and being anxious about the future. 

There is a woe-is-me attitude and self-pity is rampant. As a result unhealthy 

psychosis ensues. However, when the ego is being used to balance itself, its 

energy becomes interdependent, and it is liberated from the past and free to 

create the future. As a result a healthy enlightenment process ensues. There is 

an out-of-mind experience. Indeed, an above-mind experience of healthy 

detachment called No-mind.

Our modern day egos typically lean more towards dissociation, since the 


majority of us were raised in dysfunctional and dissociative cultures, and most 

of us are not even aware to what degree. Because of this, we are plagued with 

plethora of psychological problems that grossly effect our ontological 

perceptions. In short: we are walking disasters. To be human today is to be 

party to a perplexing existential illusion –that human individuals are 

independent agents– which exacts a heavy emotional and psychological toll on 

us. It is the source of all anxiety, envy, jealousy, anger and the violence that 

inevitably ensues. Modern Man is a troubled species indeed, he can only state 

what he is not; and what he positively is, remains obscure and shrouded in 

doubt. We have become dissociated from finite nature and infinite cosmos: our 

true self. And we are in need of healing. 

But as Lao Tzu cryptically opined, “New beginnings are often disguised as 

painful endings.” The ending of our rampant dissociation is a taming of our ego 

and a letting go of our attachment to the mind.

Here’s the thing: everything is connected. We all know this. Our boundaries are 

fluid and blurred. They aren’t even boundaries at all, just the illusion of a 

boundary. We are all profoundly linked in ways we can hardly fathom. Like Alan 

Watts said, “’To be or not to be’ is not the question — because you can’t have 

one without the other! Not-being implies being; just as being implies not-being. 

The existentialist in the West — who still trembles at the choice between being 

and not-being and therefore says that anxiety is ontological — hasn’t grasped 

this point yet. When the existentialist who trembles with anxiety before this 

choice realizes suddenly one day that not-being implies being, the trembling of 

anxiety turns into the shaking of laughter.” 

A master with high humor is needed to resolve the disaster of the self. This 

master lies dormant inside us all. It can only be found by having the out-of-

mind experience of no-mind. There, in the stillness, the master is meditating. 

The master is connected to the source of all things, her thousand-petalled lotus 

spinning like a galaxy above her head. He/she is radiating inside of you, 

bursting with wisdom and nth-degree-questions. She pirouettes like Shakti. He 

foxtrots like Shiva. He/she is the all-dancing, all-laughing oracle of the 

primordial self. And it can only be found there in the silence, between inhale 

and exhale, between being and non-being, between mind and no-mind. There, 

above thought, is the source of human creativity: the place where artists, 

poets, musicians, and even scientists have discovered the secrets of the 

universe. Like Leonard Cohen said, “You lose your grip, and then you slip into 

the masterpiece.” What is truly needed to become a master of oneself in this 

life is the ability to disincarnate and incarnate at will, to dissolve the ego and 

also use the ego as a tool toward higher thought. Disincarnating is dissolving 

the ego and quieting the mind. Incarnating is leveraging the ego as a force of 

nature, using it as a tool for further exploration. In between is where the magic 

is, where Shakti and Shiva dance eternally. The human condition is like a 

snakeskin that we must constantly shed in order to embrace the new. Looking 

at it this way helps us to stretch it, to open it a little wider; a kind of 

evolutionary self-permeability that makes us more spiritually flexible. The way 

we do this is first realizing that we are not our mind or our ego. We are our 

Consciousness. We are the unique-as-our-own-fingerprint wave of 

consciousness curling out of the cosmic ocean. Our ego, our mind, is just as 

much a tool of our consciousness as our body is. In short: we have to be able 

to lose our mind and then retrieve–it and we have to do this over and over 

again, like breathing in and out: 


inhale – lose mind; exhale –retrieve mind. Like Eckhart Tolle said, “Thinking 

and consciousness are not synonymous. Thinking is only a small aspect of 

consciousness. Thought cannot exist without consciousness, but consciousness 

does not need thought.” Beginner-mind begets learned-mind begets master-

complex which must be subsumed by beginner-mind in order to achieve self-

actualized-mind, thereby renewing the cycle. Being a master is learning how to 

unlearn. Being a disaster is not questioning what you’ve learned and believing 

in it blindly. And it’s okay if so far you’ve been a disaster.

The first step is accepting it, so that you can begin to liberate yourself from the 

clutches of fear that have held you back. It is your responsibility, and yours 

alone, to synchronize with your inner cyclic entropies so that you can achieve a 

place, an inner Locus of Control, where your super-serendipitous creativity is 

free to erupt into the world. Like Firmin DeBrabander said, “The passions, 

Spinoza argued, derive from seeing people as autonomous individuals 

responsible for all the objectionable actions that issue from them. 

Understanding the interrelated nature of everyone and everything is the key to 

diminishing the passions and the havoc they wreak.” Indeed, for the same 

reason that you put an oxygen mask on yourself before a child, you discover a 

Locus of control before attempting to control the locusts. Thinking with ego 

less, and being conscious more, is the key to becoming a master. It’s not easy, 

by any means. 

It takes persistent discipline and constant practice. It takes existential vigilance 

and loving compassion toward the disastrous many. Remaining a disaster is 

easy. It just requires you to never question anything, especially not yourself; 

and to simply remain safe and secure in your tiny comfort zone babying your 

tiny spoiled ego. There’s a tug-of-war going on inside each and every one of us. 

It’s between mind and no-mind, attachment and detachment, love and fear, 

responsibility and complacency, truth and deception, healthy and unhealthy. 

The list goes on and on. It’s been the same inner battle since the dawn of Man, 

and it’s fought best in the no-mind state of the detached master. Like e. e. 

cummings said, “To be nobody but yourself in a world which is doing its best, 

night and day, to make you everybody else, means to fight the hardest battle 


which any human being can fight; and never stop fighting.”




Gary zee mcgee


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disaster-the-art-of-living-between-mind-and-no-mind | 

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O mistério da vida

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